ALEGATO SOBRE LAS DROGAS/ I
El que esté libre de adicción que tire la primera piedra. Adicciones hay muchas, son incontables y, desde luego, consustanciales a este estado de conciencia que llamamos humano. Adicción a uno mismo, en primer lugar, y después una serie sin fin de conductas incontroladas y dependientes: adicción al poder, al dinero, al sexo, a la política, a los carbohidratos, al internet, al juego, a los fetiches, a las enfermedades, al celular, a las compras, a la catástrofe, a los refrescos, a las películas, al ejercicio, a los barbitúricos, a la anorexia, a la seducción, a las emociones: adicción a la adicción.
Somos adictos a muchas cosas pero penalizamos las drogas. ¿Qué son las drogas? Simplemente aquello que se designa como tal: esas sustancias anatematizadas sobre las que se construye un consenso público, inducidamente histérico y manipulado, que declara y promulga su nocividad. Las pruebas objetivas para acreditar dichos consensos no le hacen falta a un sistema hegemónico que controla mentes, fomenta miedos e inventa leyes mediante sus elásticas e interesadas versiones de la verdad.
Hace unos años escribí las siguientes líneas que parecen todavía actuales, a pesar de asegurar la existencia de un proceso mundial de legalización de ciertas drogas que luce interrumpido ahora, y de afirmar que ningún partido político mexicano se preocuparía por el asunto, afirmación sobre la cual pido disculpas, pues este oportuno foro convocado por el diputado Víctor Hugo Círigo y un sensible grupo de asambleístas del PRD, afortunadamente ha puesto en claro mi equivocación. Aquí vuelvo a decir aquellas líneas.
Si la tendencia europea es irreversible y la norteamericana se afianza como hasta hoy, el consumo de mariguana será paulatinamente legalizado en el primer mundo. ¿Qué va a pasar en México, donde la cultura de su uso es tan prominente desde hace tiempo? No parece imaginable que alguno de los partidos políticos del país, tan similares entre sí, se interesen por el tema. A excepción de algunos legisladores aislados y audaces que el surrealismo nacional pueda hacer surgir, la discusión del tópico molesta los intereses creados, espanta la doble moral y afecta la cultura alcohólica, uno de los sostenes de ese corte de comunicación con el logos vegetal que llamamos mundo moderno, o sea: “un planeta que agoniza bajo el peso de la anestesia moral” (McKenna).
No existen protocolos de investigación médica veraces que justifiquen las razones por las que en el siglo pasado se prohibió el uso de la mariguana. Así como el capitalismo inventa enfermedades o propaga ideas y comportamientos, sistemáticamente engaña al ciudadano. La prohibición de la mariguana fue una operación expropiatoria inducida en 1930 en Estados Unidos por compañías químicas y petroleras interesadas en eliminar la competencia del cáñamo para la producción de lubricantes, comida, plástico y fibras. La prensa amarillista desató la histeria pública llamándola “hierba de la muerte” o “marijuana”, la vinculó al submundo de piel oscura, a los greasers latinos, y logró su proscripción.
Esta es la historia funcional, pero además hay otra. Los valores burgueses modernos no pueden tolerar, a riesgo de evaporarse como el humo de un toque, el suavizamiento del ego, el atemperamiento de la competitividad y la interiorización que la mariguana provoca. La cultura predominante prefiere utilizar otras sustancias, drogas del ego como el alcohol, drogas planas como la heroína y la televisión, para mantener su diseño de mundo. La mariguana permite alcanzar una sutil disolvencia de los límites personales sin llevar al usuario al abandono de la sociedad común. Al hacerlo se cumple un anhelo arcaico e innato del sujeto que el control social inhibe porque considera potencialmente amenazante.
Sin embargo, el cáñamo es una de las plantas que más tiempo ha estado al lado de los seres humanos. Sus restos se han encontrado en los primeros estratos arqueológicos y hoy en día es el cultivo personal más grande que existe. De Asia Central viajó a África y adaptado al frío cruzó los helados puentes hasta llegar a América. “A causa de su pandémica extensión y adaptabilidad ambiental, la cannabis tuvo un gran impacto en las formas sociales humanas y en las autoimágenes culturales” (McKenna). Múltiples nombres en cientos de lenguas se han utilizado para nombrarla: la primera denominación conocida hasta ahora en un papiro asirio es kunubu, la última será la que aparezca mañana. El registro de su venerable antigüedad está depositado en el lenguaje.
La desproporcionada reacción de los medios y los poderes públicos que ocurrió en las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado por la longitud del cabello de los varones, cuando ascendió en todo el mundo occidental el consumo de mariguana, mostró la percepción de peligro del poder político y económico ante la restauración de signos sociales fraternos, incluyentes y no sexistas, que desmoronaban la condición de consumidor egoísta. “El uso de la cannabis se considera herético y muy desleal con los valores dominantes y la estratificada jerarquía masculina. Esta es la causa de que la legalización de la mariguana sea un tema peliagudo, puesto que implica legalizar un factor social que puede mejorar o incluso modificar los valores egodominantes” (McKenna).
(Nota: Este texto, y su continuación, fueron leídos en un foro sobre la regulación del uso de la cannabis convocado por el grupo perredista de la Asamblea Legislativa del DF.)
Fernando Solana Olivares
Somos adictos a muchas cosas pero penalizamos las drogas. ¿Qué son las drogas? Simplemente aquello que se designa como tal: esas sustancias anatematizadas sobre las que se construye un consenso público, inducidamente histérico y manipulado, que declara y promulga su nocividad. Las pruebas objetivas para acreditar dichos consensos no le hacen falta a un sistema hegemónico que controla mentes, fomenta miedos e inventa leyes mediante sus elásticas e interesadas versiones de la verdad.
Hace unos años escribí las siguientes líneas que parecen todavía actuales, a pesar de asegurar la existencia de un proceso mundial de legalización de ciertas drogas que luce interrumpido ahora, y de afirmar que ningún partido político mexicano se preocuparía por el asunto, afirmación sobre la cual pido disculpas, pues este oportuno foro convocado por el diputado Víctor Hugo Círigo y un sensible grupo de asambleístas del PRD, afortunadamente ha puesto en claro mi equivocación. Aquí vuelvo a decir aquellas líneas.
Si la tendencia europea es irreversible y la norteamericana se afianza como hasta hoy, el consumo de mariguana será paulatinamente legalizado en el primer mundo. ¿Qué va a pasar en México, donde la cultura de su uso es tan prominente desde hace tiempo? No parece imaginable que alguno de los partidos políticos del país, tan similares entre sí, se interesen por el tema. A excepción de algunos legisladores aislados y audaces que el surrealismo nacional pueda hacer surgir, la discusión del tópico molesta los intereses creados, espanta la doble moral y afecta la cultura alcohólica, uno de los sostenes de ese corte de comunicación con el logos vegetal que llamamos mundo moderno, o sea: “un planeta que agoniza bajo el peso de la anestesia moral” (McKenna).
No existen protocolos de investigación médica veraces que justifiquen las razones por las que en el siglo pasado se prohibió el uso de la mariguana. Así como el capitalismo inventa enfermedades o propaga ideas y comportamientos, sistemáticamente engaña al ciudadano. La prohibición de la mariguana fue una operación expropiatoria inducida en 1930 en Estados Unidos por compañías químicas y petroleras interesadas en eliminar la competencia del cáñamo para la producción de lubricantes, comida, plástico y fibras. La prensa amarillista desató la histeria pública llamándola “hierba de la muerte” o “marijuana”, la vinculó al submundo de piel oscura, a los greasers latinos, y logró su proscripción.
Esta es la historia funcional, pero además hay otra. Los valores burgueses modernos no pueden tolerar, a riesgo de evaporarse como el humo de un toque, el suavizamiento del ego, el atemperamiento de la competitividad y la interiorización que la mariguana provoca. La cultura predominante prefiere utilizar otras sustancias, drogas del ego como el alcohol, drogas planas como la heroína y la televisión, para mantener su diseño de mundo. La mariguana permite alcanzar una sutil disolvencia de los límites personales sin llevar al usuario al abandono de la sociedad común. Al hacerlo se cumple un anhelo arcaico e innato del sujeto que el control social inhibe porque considera potencialmente amenazante.
Sin embargo, el cáñamo es una de las plantas que más tiempo ha estado al lado de los seres humanos. Sus restos se han encontrado en los primeros estratos arqueológicos y hoy en día es el cultivo personal más grande que existe. De Asia Central viajó a África y adaptado al frío cruzó los helados puentes hasta llegar a América. “A causa de su pandémica extensión y adaptabilidad ambiental, la cannabis tuvo un gran impacto en las formas sociales humanas y en las autoimágenes culturales” (McKenna). Múltiples nombres en cientos de lenguas se han utilizado para nombrarla: la primera denominación conocida hasta ahora en un papiro asirio es kunubu, la última será la que aparezca mañana. El registro de su venerable antigüedad está depositado en el lenguaje.
La desproporcionada reacción de los medios y los poderes públicos que ocurrió en las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado por la longitud del cabello de los varones, cuando ascendió en todo el mundo occidental el consumo de mariguana, mostró la percepción de peligro del poder político y económico ante la restauración de signos sociales fraternos, incluyentes y no sexistas, que desmoronaban la condición de consumidor egoísta. “El uso de la cannabis se considera herético y muy desleal con los valores dominantes y la estratificada jerarquía masculina. Esta es la causa de que la legalización de la mariguana sea un tema peliagudo, puesto que implica legalizar un factor social que puede mejorar o incluso modificar los valores egodominantes” (McKenna).
(Nota: Este texto, y su continuación, fueron leídos en un foro sobre la regulación del uso de la cannabis convocado por el grupo perredista de la Asamblea Legislativa del DF.)
Fernando Solana Olivares